QUINTA LEY: « LA LEY DE LA QUINTAESENCIA » Todos los comportamientos del hombre (y por tanto las enfermedades) están determinados por programas especiales de supervivencia grabados en el cerebro desde la noche de los tiempos. La enfermedad es la solución biológica perfecta de nuestro cerebro, la última posibilidad de supervivencia. Existe una interrelación permanente entre todos los elementos de la naturaleza, y cada ser vivo está ligado a los demás que forman parte del Gran Todo. Cada organismo vivo posee un cerebro más o menos desarrollado, capaz de captar inconscientemente las informaciones procedentes del mundo que le rodea. Así el perro sabe que el amo está volviendo a casa y se prepara para festejar su regreso delante de la puerta de entrada, y la leona sabe si habrá presas suficientes para todos en el territorio, y si la caza es escasa nacerán menos crías. Así como cada hormiga se halla ligada al conjunto del hormiguero en cuyo interés actúa, así también cada célula, cada elemento constitutivo del cuerpo humano, trabaja en armonía y por el bien de nuestro organismo, en base a una comunicación permanente a diferentes niveles: la más pequeña de las células, las bacterias que viven en nosotros, los diferentes órganos, todo funciona al unísono, al mismo ritmo del cerebro principal. Todo lo que es percibido, incluso a nivel inconsciente, será transmitido por tanto a la central de mando. Es como un tam-tam silencioso que la informa acerca de todo cuanto se produce, de lo que es necesario en un punto de nuestro cuerpo. Así como la leona sabe que la caza no será abundante y por tanto deberá traer al mundo pocos cachorros a fin de que todos tengan las mismas posibilidades de supervivencia, así nuestro cuerpo sabe, dado que lo lleva grabado en sus células, lo que es mejor para él, y el cerebro pone en práctica el programa más adecuado para permitirnos sobrevivir: por eso de vez en cuando interviene ese «reajuste» que insistimos en llamar «enfermedad», tras haber desaprendido a reconocer su función biológica a partir del momento en que nos «culturizarnos». Citando a Hamer, «la enfermedad debería ser ahora definida de modo distinto: pues, en efecto, si observamos en la naturaleza una manada de ciervos nos damos cuenta de que, cuando el jefe de la manada vive un conflicto de territorio porque se ve amenazado por otro macho, se ulcera las coronarias. Por medio de esto aumenta el calibré interior de modo que lleva más sangre al organismo y tiene más fuerzas para aplastar al adversario. Esta enfermedad no es en realidad una enfermedad propiamente dicha, sino una oportunidad gracias a la cual él puede ganar su combate, tras lo cual pasará a vagotonía, y se curará aún a riesgo de sufrir un infarto durante la crisis epileptoide [a continuación veremos este mecanismo]. Bien mirado, la naturaleza le ha puesto dos pruebas por superar: el conflicto de territorio y el infarto. ¡Son las dos leyes de la vida! La fase de reparación no es fruto de la casualidad; si el conflicto de territorio del ciervo ha durado más de quince días, el riesgo de infarto será considerable porque, de algún modo, la naturaleza elimina al ciervo del juego. Es algo cruel, pero el equilibrio ecológico sólo puede soportar un cierto número de ciervos».
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