miércoles, 13 de julio de 2011

CUARTA LEY

CUARTA LEY: EL SISTEMA ONTOGENÉTICO DE LOS MICROBIOS, «TRABAJADORES ESPECIALIZADOS A LAS ÓRDENES DEL CEREBRO» Contrariamente a lo que se ha venido creyendo hasta ahora, los microbios son nuestros aliados; son ellos los que se ocupan de reparar los daños durante la fase de vagotonía. Es el cerebro el que envía la orden a nuestros amigos los virus, hongos o bacterias, solicitando la intervención de unos o de otros según el trabajo que tengan que realizar. Los microbios forman parte de los grandes miedos de la humanidad; desde los tiempos de las epidemias, como la peste o el cólera, se han empleado todos los medios científicos para estudiarlos, aislarlos, eliminarlos; pero también en este campo nos hemos concentrado en el detalle perdiendo la visión de conjunto, y erigiendo un edificio que, a la luz de las leyes de la Nueva Medicina, corre el riesgo de venirse abajo. El descubrimiento científico de los microbios puede hacerse remontar a la segunda mitad del siglo pasado: como estaban siempre presentes en todos los enfermos que manifestaban alguna infección y algún estado febril, ¡debían de ser ciertamente ellos los responsables! A partir de esta hipótesis se procedió a clasificarlos de acuerdo a las distintas patologías. Con el avance de la técnica y la aparición del microscopio se descubrieron organismos cada vez más pequeños hasta llegar a los virus, una especie de parásitos incapaces de reproducirse por sí solos y que se sirven, para dicho fin, del sistema reproductor de otras células. Posteriormente se llegó al descubrimiento del sistema inmunitario, un «aparato militar» al servicio del individuo para protegerlo de la invasión del enemigo. De aquí a la puesta a punto de medicamentos cada vez más específicos para echar una mano a nuestro sistema de defensa no había más que un paso. Sin embargo, no todos los investigadores eran del mismo parecer: no faltó quien comenzara a observar que, desde el momento de nacer, el hombre convive con los microbios: nuestro cuerpo contiene diez veces más bacterias que células humanas: ¡cien millones de millones! La piel está poblada de microorganismos tales como los estafilococos y los estreptococos, hay bacterias que viven en la garganta, en la nariz, en los oídos y en la conjuntiva del ojo. El olor de las axilas proviene de la actividad de unas bacterias. La vagina contiene microbios inofensivos con los que el niño entra en contacto ya al momento de nacer; así pues, hay más microbios que células a los que el hombre está perfectamente adaptado. En caso de viajes a países extranjeros, sin embargo, los microbios de aquellas regiones lejanas pueden volverse patógenos, ya que nuestro cuerpo no los reconoce como elementos que forman parte de su «ambiente»: el sarampión llevado por los conquistadores al Nuevo Mundo diezmó a las poblaciones locales, cuyo organismo no estaba preparado para reconocer al nuevo microbio (4). Otros investigadores han comprobado posteriormente que, en muchas enfermedades infecciosas, son nuestros propios microbios los que entran en acción después de haber permanecido durante largo tiempo inactivos y ello plantea nuevos interrogantes sobre su papel. ¿Cómo es que, durante las epidemias anuales de gripe, no se enferma todo el mundo? ¿Cuál es la diferencia entre un individuo que se enferma y otro que conserva la salud? Sin duda no es el sistema inmunitario de unos más débil que el de los otros, ya que vemos a individuos robustos y llenos de fuerza a los que el virus de la gripe siega la vida mientras que personas frágiles y delicadas de salud pasan indemnes la epidemia. Pero aunque existieran sistemas inmunitarios más débiles que otros, ¿cuál sería la razón? ______
Nota 4 : Xavier et Laurence Rolland, Bactéries, virus et champignons, Flammarion.

La respuesta la tenemos en la cuarta ley, el sistema ontogenético de los microbios, según el cual: - ellos «trabajan» sólo en la segunda fase de la enfermedad, la de la reparación, activándose en el momento de la solución del conflicto e incluso una vez producida la reparación, tras lo cual pasan a ser inactivos. Los microbios no son, pues, enemigos sino aliados que viven en simbiosis con nosotros y trabajan para nosotros a las órdenes de nuestro cerebro. Destruyéndolos, no se hace sino retardar y demorar la fase de reparación que se produce de todos modos en la resolución del conflicto, pese a no ser excelente desde un punto de vista biológico;  - se subdividen según el origen embrionario de los tejidos. Todos los microbios llegan, proliferan y desaparecen para favorecer la reparación según una lógica muy concreta en sincronía con nuestro cerebro y nuestro cuerpo, proliferando o muriendo dependiendo del tipo de patología, de los órganos afectados y del trabajo que tienen que desarrollar: eliminar o reconstruir Forman parte del programa biológico de la naturaleza. Los hongos y las microbacterias son «barrenderos» que limpian los tumores situados en los órganos derivados del endodermo y regidos por el tronco encefálico y, los tumores de los órganos derivados del mesodermo cerebelar, por el cerebelo; más concretamente desarrollan una acción de caseificación: «roen», por así decir, el tumor. Las bacterias desempeñan tanto la función de «barrenderos» (para los tumores situados en los órganos derivados del mesodermo cerebelar, regidos por el cerebelo) como la de «restauradores» de las lisis (que, recordemos, son reducciones celulares o necrosis) situadas en los órganos derivados del mesodermo de la médula cerebral, regidos por la médula cerebral. Los virus colaboran en la reconstrucción de los órganos de origen ectodérmico regidos por la corteza cerebral.

A propósito de las vacunas Las bacterias son el primer signo de vida en el universo. El ser humano, como se ha dicho, contiene una cantidad de bacterias diez veces superior al número de sus células: vivimos en simbiosis con ellas y las necesitamos para transformar la materia. Así pues, son indispensables para la vida, pero son las primeras en ser víctimas de los antibióticos. Las vacunas impiden a las bacterias hacer su trabajo, y sin ellas algunos importantes procesos de transformación no pueden tener ya lugar. No tiene ningún sentido impedir a nuestros amigos colaborar. Con las vacunas lo que hacemos es crear el caos en nuestro cuerpo que no está en condiciones ya de distinguir entre lo útil y lo perjudicial: todo nuestro aparato de «reconocimiento» es puesto patas arriba y nuestro sistema inmunitario se debilita por dicha razón: de aquí a las enfermedades por inmunodeficiencia no hay más que un paso. Cada uno de nosotros nace en un lugar y en una época que están impregnados de un cierto número y tipo de microbios, a los que nos adaptamos durante toda la existencia. Si tenemos la costumbre de trabajar en el huerto o de caminar con los pies descalzos, nos sucederá que nos haremos a menudo pequeñas heridas; cada vez el organismo, en fase de reparación, activará sus defensas en una especie de «antitetánica» espontánea, y poco a poco nos volveremos inmunes al tétanos y a sus toxinas, a las que nos habremos habituado de forma gradual. Es el famoso principio de Mitrídates: ¡unas pocas gotas de veneno todos los días para hacer que la dosis letal ya no lo sea! Pero si nos permitimos el lujo de no vivir nunca en medio de la naturaleza, de no caminar descalzos, de no pincharnos o cortarnos, entonces se volverá útil la vacuna antitetánica. Sigue siendo cierto, de todas formas, también en este caso, que cualquier reacción bacteriológica se produce en una fase de reparación (vagotonía) la que por tanto presupone la existencia de un conflicto al inicio. No es menos cierto que cuando tomamos el avión para dirigirnos a tierras lejanas entramos en contacto con microbios que nuestro organismo no reconoce y a los que no está adaptado; entonces podemos contraer enfermedades a veces incluso mortales y en este caso se hacen necesarias las vacunas; los viajes en avión, en efecto, no están todavía previstos por nuestra biología; el «plano biológico» de¡ hombre prevé únicamente lentos desplazamientos que le permiten adaptarse de forma paulatina a las nuevas condiciones ambientales. En cuanto a las epidemias, presentan todas ellas una misma adaptación: un inicio, un apogeo y un decrecimiento; si consultamos las estadísticas de la O.M.S. (Organización Mundial de la Salud) resulta  evidente que todas las campañas de vacunación han sido emprendidas en el momento en que la epidemia estaba en fase decreciente y que, inmediatamente después del suministro de la vacuna, la enfermedad ha rebrotado con fuerza en vez de disminuir; ¡sólo después de un cierto tiempo volvía a decrecer! Cada cual es libre de sacar sus propias conclusiones... Robert McNamara, ex presidente del Banco Mundial y ex secretario de Estado norteamericano, declaró un día: «Hay que tomar drásticas medidas de reducción demográfica incluso en contra de la voluntad de la población. Reducir la tasa de natalidad se ha revelado imposible o insuficiente. Por tanto, hay que aumentar la tasa de mortalidad. ¿Cómo? Con medios naturales: el hambre y la enfermedad»
(de «J'ai tout compris», n. 2, febrero de 1987, Editions Machiavel, en: Guylaine Lanctót, La mafia della sanítà, Edizioni Arnrita y Marco Edizioni). Según la doctora Lanctót las vacunas forman parte de este plan premeditado.

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